¿Habéis oído hablar del “pensamiento Millán-Astray”? No lo sé, pero seguro que os habéis topado con él en más de una ocasión. Resulta que el famoso fundador de la Legión absolvía a sus caballeros legionarios con el siguiente razonamiento:
“Ningún legionario comete jamás un delito, sea este robar, matar violar o
cualquier atrocidad imaginable. No lo comete porque, si lo hace, en ese mismo
momento deja de ser caballero legionario.”
Esta argumentación podrá pareceros una infantil falacia lógica, pero la usamos
constantemente en nuestra vida. Uno de los gremios a los que más se lo oigo es
el de los filósofos y profesores de filosofía (no es lo mismo). Para empezar,
asimilan “filosofar” con “pensar”. Si eres filósofo/a, piensas, y si piensas,
eres filósofo/a. A partir de esto, es fácil hacerse algunas preguntas
inquietantes. Por ejemplo, ¿las personas que no somos filósofas no pensamos?
¿una bióloga, un carpintero, un topógrafo o una administrativa no pueden pensar?
¿o, acaso cuando les da por hacerlo ascienden a la categoría inefable de los
filósofos? Si nos centramos en el campo de la educación, ¿solo la enseñanza de
la filosofía pone en juego el pensamiento? ¿los estudiantes solo piensan cuando
estudian filosofía? ¿Solamente los profesores de filosofía piensan, mientras
los demás tenemos unas facultades mentales disminuidas?
Todas estas preguntas me llevan a considerar inaceptables palabras como
estas escritas por Marina Garcés, filósofa (ella sí) cuya obra, por otro lado,
estimo grandemente: “Contra la estandarización de la escritura y del
pensamiento es imprescindible, por tanto, seguir escribiendo filosofía,
filosofar enseñando, enseñar a escribir. La filosofía no es, así, un patrimonio
humanístico en peligro de extinción … sino el arma más potente para que la
universidad, ella sí en peligro de asfixia, no acabe de convertirse en una gran
empresa global de producción en serie de profesionales ultraespecializados y de
conocimiento redundante y estéril” (Garcés, M. 2016: Filosofía inacabada. Galaxia
Gutenberg, Barcelona).
¡Filósofos al rescate! ¿Qué haríamos sin ellos? Simplemente, seríamos
robots adocenados, no como antes, cuando se enseñaban tantas horas en el
sistema educativo, y la ciudadanía mostraba tanto espíritu crítico. No hay más
que mirar hacia atrás para saber que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Intentando ser justo, he de decir que la anterior cita no retrata, ni mucho
menos, el pensamiento real de Marina Garcés. Sin embargo, párrafos como este,
demasiado frecuentes entre filósofos, apenas esconden su estilo “Millán-Astray”.
Podría encontrar, sin demasiada dificultad, citas más directas, aunque quizá no
tan elaboradas. Y no es que no tenga su pizca de razón, pero me temo que a
estos filósofos (muy necesitados, por otro lado, de apoyo, sobre todo en
Bachillerato) les haría falta un poquito de humildad.
En fin, me consolaré suponiendo que al escribir estas líneas me he
convertido, siquiera sea por unos instantes, en un ser pensante como ellos. Al
igual que un legionario que comete una tropelía – más bien, al revés – he ascendido
y me he mantenido fugazmente en el exclusivo Olimpo de los filósofos.
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