domingo, 24 de julio de 2011

ATAPUERCA




Aunque parezca increíble en alguien tan apasionado por la evolución humana, hasta hace cinco días no conocí Atapuerca. Era una cuenta pendiente – la de mayor envergadura, quizá – con mis deseos de saber todo lo posible sobre este tema y, en general, sobre la evolución de la vida en nuestro planeta. De vuelta de un viaje por Bretaña y Normandía, nos detuvimos unos días en Burgos y aprovechamos esta ocasión para visitar los yacimientos de Atapuerca y el Museo de la Evolución Humana.

La visita a los yacimientos fue para mi, antes que ninguna otra cosa, emocionante. He leído tanto sobre la Gran Dolina, la Sima de los Huesos, la historia de las excavaciones, etc. que estar a unos metros en línea recta del lugar donde se está desenterrando gran parte del pasado de nuestra especie me produjo una enorme satisfacción. También me permitió hacerme una idea mucho más exacta del entorno en el que vivieron nuestros antepasados, así como de la propia estructura de las excavaciones, algo difícil de hacer consultando los documentales, libros, etc. más comunes sobre este tema.

En cuanto al Museo de la Evolución Humana, en la ciudad de Burgos, me impresionó muy favorablemente. La mayoría de los museos de ciencia suelen responder a uno de estos dos modelos: Unos son enormes colecciones de objetos científicos, más o menos rigurosamente ordenados y etiquetados. Los museos que responden a este modelo clásico tienen mucho contenido científico, pero poca capacidad para “transmitir” emoción e interés por la ciencia, salvo a quienes ya la sienten previamente. Los museos del otro modelo despliegan espectaculares paneles, audiovisuales y artilugios interactivos. Intentan ser muy divulgativos (sin sentido peyorativo) y, a veces, lo consiguen, pero se dejan el contenido científico en el almacén del sótano. Pueden seducir al lego en cuestiones científicas, pero el que ya sabe algo del tema a menudo puede ahorrarse la visita.

Pues bien, creo que no exagero al afirmar que el Museo de la Evolución Humana de Burgos reúne lo positivo de ambos modelos y no presenta apenas ninguno de sus rasgos negativos. En sus cuatro plantas el visitante puede encontrar información y documentación abundante y muy bien estructurada, no sólo sobre la evolución humana, sino sobre Evolución en general, Antropología, Arqueología, etc. Quienes busquen datos podrán recrearse con la mayor colección de restos de Homo heidelbergensis y Homo antecessor encontrados en Atapuerca. Quienes busquen una aproximación más vivencial, podrán pasear por el despacho de Darwin en su residencia de Down, asomarse a la cubierta del Beagle o deambular entre el complicadísimo cableado que pretende remedar nuestra corteza cerebral. Hay de todo y para todos. Sólo encontré una laguna: el apartado destinado a las pruebas de la evolución es excesivamente corto para un tema de tanta importancia. En un momento en que corrientes de pensamiento más o menos ligadas a religiones intentan descalificar la visión científica de la naturaleza y sustituirla por diseños (pseudo)inteligentes, un museo de evolución debería reforzar la exposición argumentada de las múltiples pruebas que avalan el evolucionismo.

En resumidas cuentas, tras mi visita a los yacimientos de Atapuerca y el Museo de la Evolución Humana, salí con la impresión de que, por una vez en nuestro país – y espero que sirva de precedente – investigación de vanguardia y divulgación de calidad van de la mano en este fascinante proyecto. Los hallazgos de Atapuerca se lo merecen. Los ciudadanos también.

 
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