martes, 29 de diciembre de 2009

COPENHAGUE: EL ENÉSIMO PRIMER PASO

He dudado mucho antes de escribir esta entrada. La causa de mis dudas no es otra que el vínculo entre este blog y parte del alumnado del IES Ramón del Valle-Inclán, de Sevilla. Al ser un lugar en el que algunos alumnos exponen sus opiniones sobre temas científicos y ambientales, yo me he abstenido de publicar las mías, al menos las que pudieran ser más polémicas, para evitar cualquier posible influencia de éstas sobre mi alumnado. Y el calentamiento global es, sin duda, una cuestión polémica.
Pero también es muy importante desde el punto de vista humano, sobre todo para aquellas comunidades que sufrirán -que están sufriendo ya- más duramente las consecuencias negativas del calentamiento. Por otra parte, este asunto es uno de los mejores ejemplos de las intrincadas relaciones entre ciencia, economía y sociedad, y éste sí que es un tema del que me tengo que ocupar como profesor de Ciencias para el Mundo Contemporáneo y Ciencias Ambientales.
Todo ello me ha decidido finalmente a escribir algunos comentarios sobre el calentamiento global y la "Cumbre de Copenhague". Estos comentarios -debe quedar muy claro - reflejan exclusivamente mis opiniones personales, y no debe adjudicárseles ninguna relación com el IES Ramón del Valle-inclán ni con su alumnado.
1.- ¿La cumbre de Copenhague ha sido un fracaso? Para evaluar sus resultados debería bastar con comparar estos con los objetivos que se había propuesto sus organizadores y los participantes de más peso. Los objetivos declarados por todos ellos eran llegar a un acuerdo de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (en adelante, GEI) vinculante para todos los principales estados emisores. Un acuerdo que, además, debería incluir cifras mucho más ambiciosas que la reducción propuesta en Kyoto (un 5.2% respecto a las emisiones de 1990) aunque, en este punto, la unanimidad no era tan absoluta. Por último, las propuestas de partida incluían, como en todo acuerdo digno de tal nombre, unos plazos precisos para su cumplimiento, así como unos mecanismos de seguimiento y verificación.
Pues bien, los resultados finales de dicha cumbre consisten en que no se ha llegado a ningún acuerdo con cifras concretas de reducción, plazos concretos de ejecución, ni mucho menos un carácter vinculante para los estados. Así pues, un fracaso.
2.- Fracaso ¿de quien? El mismo día en que se clausuraba la conferencia, Dª Elena Espinosa, ministra de Medio Ambiente, Rural y Marino, respondió a esta misma pregunta en una entrevista radiofónica sin dudar ni un segundo: según la Sra. Ministra, ha fracasado la ONU. Cuando la escuché, me quedé estupefacto. ¿Los estados que emiten más gases de efecto invernadero? ¿Los que llevan dos siglos emitiéndolo, desde la primera revolución industrial? ¿Los grandes devoradores, pasados y presentes, de petróleo, carbón y gas natural, que nos han llevado a la situación actual? No, ninguno de ellos merecía el más mínimo reproche por parte de nuestra ministra. Sólo la ONU era responsable del fiasco.
Pues bien, la ONU ha sido la única entidad que, a nivel internacional , se ha preocupado, desde hace 20 años, de financiar el mayor colectivo internacional de científicos (el IPCC) para que estudien en profundidad, y desde todos los puntos de vista, este problema, y publicando cada cinco años un estudio riguroso y exhaustivo sobre esta cuestión. la ONU es también quien se ha preocupado de convocar, una y otra vez desde años antes de Kyoto 97, a todos los estados para tratar de que lleguen a un acuerdo multilateral de reducción de emisiones. Ahora bien, la capacidad ejecutiva, que yo sepa, la siguen teniendo los estados representados por sus gobiernos. Son estos quienes deciden firmar o no firmar, hacen propuestas y contrapropuestas, cumplen o no cumplen, etc.
Algún asesor debió soplarle esto a la ministra, porque el pasado día 27, en una entrevista en el diario Público, cambió de chivo expiatorio, descargando la responsabilidad del fracaso -eso sí, con la inestimable ayuda de los entrevistadores, que le sugirieron la respuesta con sus preguntas -sobre Bolivia y Venezuela, esas colosales potencias mundiales, superindustrializadas y responsables, como todo el mundo sabe, de que tras doscientos años de derrochar petróleo, carbón y gas, hayamos llegado a la situación actual. ¡Y a mi que me enseñaron de pequeño que a quien tiene más poder hay que exigirle más responsabilidad!
3.- El primer paso. Éste es el argumento que más se está utilizando en los medios de comunicación para maquillar el fracaso de la reciente cumbre. Copenhague habría supuesto, al menos, un primer paso en la difícil y larga búsqueda de un acuerdo que permita mitigar (atención a este verbo; ya no se habla de evitar) el alcance y las consecuencias del calentamiento.
Pero si Copenhague ha sido un primer paso, entonces ¿qué fue el Protocolo de Kyoto en 1997? ( y allí sí que se alcanzaron compromisos vinculantes, con cifras y plazos), ¿y Río de Janeiro en 1992? ¿y todas las reuniones COP auspiciadas por la ONU? ¿Cuántos primeros pasos hemos dado ya, mientras las emisiones de GEI crecen a razón de 3 ppm por año, mientras que hace sólo una década crecían a 2 ppm anuales? ¿Será México 2010 otro primer paso que sumar a la lista? Por favor, no ofendan ni a la inteligencia ni a la sensibilidad de los ciudadanos.
En una entrada próxima abordaré dos cuestiones que seguramente rondan la cabeza de los que hayan leído esto: las causas del fracaso y qué podemos hacer los ciudadanos ante esta situación.

VIDA DE CHARLES DARWIN - y 4: EMMA WEDGEWOOD, VIUDA DE DARWIN.


















Estas entradas sobre la vida de Charles Darwin se cierran, al igual que se cerraron las representaciones en la Feria de la Ciencia, con las palabras de Emma Wedgewood, ya viuda de Darwin, cuando preparaba con su hijo la edición de la autobiografía del difunto Charles. Creemos que son bastante esclarecedoras sobre algunas de las circunstancias personales y sociales en las que se desarrolló la obra de este gran científico.

Con esta entrada se cierra el ciclo de las dedicadas a la vida y obra de Charles R. Darwin. Esperamos que, junto con nuestra iniciativa en la Feria de la Ciencia 2009, hayan contribuido modestamente a difundir algo más la importancia de las ideas evolucionistas. Sin ellas, nuestra comprensión de la naturaleza y de nosotros mismos sería mucho más pobre e imperfecta de lo que actualmente es.







He pasado cuarenta y tres años de mi vida junto a Charles, he tenido con él 10 hijos, de los que 7 han llegado a la edad adulta, y nunca me he arrepentido de haber compartido mi vida con él. Charles Darwin es el hombre más bondadoso que jamás haya conocido.
Sólo una nube ha enturbiado en algunos momentos nuestra convivencia. Me refiero a sus creencias. O, más bien, a los peligrosos caminos por los que le llevaron sus investigaciones. Durante todos estos años he visto con temor cómo Charles se iba alejando más y más de las enseñanzas de la Biblia. Hay una frase en su autobiografía que me resulta especialmente dolorosa. Es la siguiente:
Me resulta difícil entender que alguien pueda desear que el cristianismo sea verdad. Si lo fuera, el lenguaje llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen (y entre ellas se incluirían mi padre, mi hermano y casi todos mis amigos) recibirán un castigo eterno. Y ésta es una doctrina detestable.
Leyendo esto, no puedo evitar el sufrimiento al imaginar que su falta de fe pueda condenarlo eternamente. Comprenderéis que no puedo permitir que esta frase, y otras como ésta, sean publicadas.
Pero no os llaméis a engaño. Nunca tuve ningún reproche que hacer a Charles. Siempre fue amantísimo y bondadoso para conmigo, hasta el punto de ocultarme sus pensamientos más críticos con la religión, para evitarme sufrimientos. Sea cual sea su destino en el más allá, y sea cual sea el mío, sólo puedo recordarle con amor y transmitiros la memoria del gran científico y mejor persona que fue Charles Darwin.








lunes, 28 de diciembre de 2009

VIDA DE DARWIN - 3: ALFRED RUSSELL WALLACE





"Nuestros Wallace" de la Feria de la Ciencia (Sevilla 2009), junto con otros personajes de la vida de Darwin.














En esta entrada el protagonista es Alfred Russell Wallace, el codescubridor, junto a Darwin, de la evolución por selección natural. Tal vez la historia le haya tratado injustamente, puesto que fue un gran científico y mostró a lo largo de su vida una personalidad inquieta y generosa. Merece destacarse la sincera y profunda amistad que Darwin y Wallace se profesaron, todo un ejemplo para estos tiempos en los que abunda demasiado la más exacerbada competitividad.








Buenos días. me llamo Alfred Russell Wallace y mi gran pasión es el estudio de la naturaleza. Desde muy joven participé en largas expediciones científicas. primero estuve en la Amazonia brasileña, donde hice importantes hallazgos. Después me trasladé a malasia, Indonesia y Nueva Guinea. Allí descubrí importantes hechos sobre la distribución geográfica de plantas y animales, lo que me llevó a cuestionarme las teorías entonces vigentes sobre la formación de las especies. Elaboré entonces una hipótesis alternativa que pretendía explicar la transformación de unas especies en otras gracias a la presión selectiva del ambiente sobre los distintos individuos de una especie.

Antes de publicar mis ideas sobre lo que luego se llamaría "evolución por selección natural", pensé que sería prudente consultarlas con algún naturalista de renombre, cuya experiencia pudiera avalar mi trabajo. Así que, en 1858, envié un resumen de éste a Charles R. Darwin, con el ruego de que, si consideraba que merecían la pena, me ayudara a publicarlo.


La respuesta de Darwin fue sorprendente y generosa al mismo tiempo. Me anunció que llevaba más de 20 años trabajando en este asunto, con resultados muy similares a los míos. Se ofreció a publicar mi trabajo junto con un resumen del suyo, de modo que compartiéramos la prioridad de esta nueva teoría científica.

Debo decir que desde aquel momento y hasta su muerte, Darwin tuvo siempre un comportamiento generoso y considerado conmigo. Sus buenas relaciones con el mundo académico le hubieran permitido ningunearme, plagiarme y reducirme al silencio, pero nuunca lo hizo. Yo espero haberle correspondido con mi reconocimiento y gratitud.

viernes, 25 de diciembre de 2009

VIDA DE CHARLES DARWIN -2: DARWIN MADURO, TRAS RECIBIR LA CARTA DE WALLACE / MIDDLE-AGED DARWIN, AFTER HAVING RECEIVED THE LETTER FROM A.R. WALLACE

Darwin y Wallace en la Feria de la Ciencia de Sevilla (Mayo 2009).

Darwin maduro, Emma Wedgewood (Sra. de Darwin), Darwin joven y Wallace, en el stand Evodarwin, de la Feria de la Ciencia 2009 de Sevilla.



Charles Darwin a los 51 años



Alfred Russell Wallace en dos momentos diferentes de su vida














Éste es el segundo monólogo de los cuatro que componen la pequeña dramatización sobre la vida y obra de Darwin presentada por los IES Severo Ochoa e IES Valle-Inclán en la pasada Feria de la Ciencia de Sevilla.






En él, un Darwin que, a sus 48 años, cree encontrarse en el cénit de su carrera científica, y goza de todo el prestigio y posición social que un caballero de la buena sociedad victoriana pudiera desear, muestra su estupor al leer la carta que le envía desde el Archipiélago de la Sonda Alfred Russell Wallace. Este joven naturalista pide respetuosamente al "maestro" Darwin" que le ayude a publicar lo que considera una muy novedosa teoría científica.












En 1837, apenas un año después de volver de mi viaje en el Beagle, comencé a escribir una serie de cuadernos sobre lo que entonces llamé "la transmutación de las especies", y sobre la teoría de la Selección Natural. Durante años, paciente e incansablemente, di forma a esta teoría, al tiempo que recopilaba múltiples evidencias a favor de la evolución. No quería dejar ningún cabo suelto, ninguna sombra de duda. Me esforcé por encontrar los puntos débiles de mis argumentos, por anticiparme a todas las objeciones que se les pudiera hacer... Y plasmé todo esto en cientos de hojas manuscritas. Pero lo hice casi en secreto.






¿Por qué? Desde un principio, fui consciente de la fuerza corrosiva de mis ideas evolutivas. Sabía que, si las hacía públicas, me lloverían las críticas de filósofos, clérigos y toda la bienpensante sociedad victoriana, a la que, por otro lado, le debo todo lo que soy. No quería arriesgar el sólido prestigio científico que - modestia aparte - he acumulado en los últimos 25 años. Y tampoco quería que mi esposa, mi querida Emma, y mis hijos, sufrieran al verme alejado de sus creencias religiosas y vituperado por ello.






Por todo lo anterior, no podéis imaginar el estupor que me invadió al recibir, en 1858, una extensa carta que me obligó a modificar mis planes. La enviaba desde el archipiélago malayo un joven naturalista llamado Alfred Russell Wallace. En ella me pedía mi opinión y, en caso de que ésta fuera positiva, mi ayuda para publicar el trabajo que me adjuntaba. Al leerlo, descubrí en él, casi palabra por palabra, mis ideas sobre evolución y selección natural.
 
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