martes, 23 de octubre de 2018

DICKINSONIA: UNA CONTROVERSIA CIENTÍFICA - 2

En el artículo anterior presentábamos la, para muchos, enigmática fauna de Ediacara, junto con diversas interpretaciones de sus extraños restos fósiles. Ahora nos centraremos en uno de sus más estudiados y polémicos representantes, un organismo descubierto por Reg Spriggs en las colinas de Ediacara (Australia) en 1947, y nombrado Dickinsonia en honor al jefe de Spriggs en la universidad.
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¿Qué tiene de especial Dickinsonia?
A primera vista, no mucho. Se trata de un organismo de aspecto laminar, ovalado, ancho y plano, con poco más de 1 mm de grosor. En los ejemplares más grandes encontrados hasta ahora, la longitud de su eje mayor se aproxima a un metro. Se han hallado ejemplares de Dickinsonia en Australia, los Urales, Ucrania y el Mar Blanco (Norte de Rusia). Todos ellos datan de un período que va de los 558 a los 555 millones de años. Uno de sus rasgos más llamativos son sus “nervios” radiales, que salen de un eje o cresta central, lo que sugiere una simetría bilateral. Las “costillas” delimitadas por estos nervios se han interpretado como fibras musculares, cámaras neumáticas, etc.
¿Qué es?
La posición taxonómica de Dickinsonia se inscribe en la problemática de la fauna de Ediacara en su conjunto. Quienes sostienen que dicha fauna está relacionada con los grupos zoológicos que aparecieron algo después (y, por tanto, con los animales actuales) ven en ella un celentéreo, una medusa, un anélido o incluso un ancestro de lo que llamamos Cordados, que incluyen a todos los Vertebrados.
Por el contrario, los partidarios de ver en la biota de Ediacara un experimento fallido o interrumpido de la evolución, formulan hipótesis mucho más variadas: un protozoo colonial, un hongo, un animal de un tipo completamente distinto a los actuales,… Las opciones son muy variadas y hasta el momento no se ha alcanzado un acuerdo.
Hace pocas semanas, algo vino a cambiar la situación. La revista Science publicó un estudio realizado por Jochen Brocks e Ilya Bobrovsky (Australian National University, Academia de Ciencias de Rusia y Universidad de Bremen) sobre ejemplares de Dickinsonia excepcionalmente bien conservados en unos acantilados del Mar Blanco. Los autores del estudio trataron de dilucidar el status de Dickinsonia a través de un enfoque bioquímico: se propusieron encontrar alguna molécula específica de uno u otro tipo de seres vivos. Para ello necesitaban un ejemplar de Dickinsonia lo suficientemente bien preservado como para que aún contuviera restos de materia orgánica. Lo encontraron en acantilados del Mar Blanco que permanecen congelados la mayor parte del año. Hubo que llegar hasta ellos en helicóptero, descolgarse por una pared vertical de 60 metros y hacer caer grandes lajas de arenisca, que luego se procesaban en el laboratorio.
Lo que encontraron no les decepcionó. Hallaron una elevada concentración de esteroles, moléculas derivadas del colesterol y típicas de las células animales. Al mismo tiempo, apenas aparecían esteroles en los restos orgánicos de bacterias próximas a Dickinsonia, que presumiblemente constituían su alimento. Estos resultados apuntan claramente a una filiación animal de nuestro enigmático ser. En otras palabras, Dickinsonia podría ser uno de los antepasados más antiguos de todo el Reino Animal y, por tanto, de nosotros mismos.
Y, en esto, llegó Retallack

sábado, 13 de octubre de 2018

DICKINSONIA: UNA CONTROVERSIA CIENTÍFICA


El objetivo de estos artículos es mostrar una controversia científica que afecta a uno de los grupos de seres vivos más enigmáticos que han poblado nuestro planeta. Nos referimos a la biota de Ediacara y, más concretamente, a una de sus formas características: el género Dickinsonia, del que se han identificado hasta ahora nueve especies que vivieron en lugares muy diferentes de la Tierra hace la friolera de 558 millones de años.

Si quieres ver los seres vivos más extraños, no busques en películas de aliens. Al fin y al cabo, la mayoría de los bichos de la ciencia ficción están inspirados en vulgares artrópodos o moluscos actuales. En materia de biodiversidad, como en muchos otros ámbitos, la evolución supera en creatividad a los artesanos de Hollywood. UN buen ejemplo de esto se puede encontrar en el período Ediacárico (635 – 542 millones de años atrás), que transcurrió justo antes de la “Explosión Cámbrica”, uno de los mayores acontecimientos en la historia de los seres vivos. Los organismos típicos de este período aparecieron justo al final de una intensa glaciación, y se extinguieron un poco antes de la Explosión Cámbrica, que es el punto de partida del Paleozoico. La biota ediacárica, es decir, el conjunto de organismos que poblaron la Tierra durante este período, es – al menos a primera vista – muy diferente de todos los organismos que vinieron después. Se han encontrado multitud de formas planas, de aspecto membranoso y sin nada que sugiera la presencia de caparazones, esqueletos o partes duras. Tampoco hay, salvo alguna excepción, estructuras que sugieran órganos diferenciados o apéndices.

 
¿Qué clase de organismos eran los misteriosos ediacáricos? ¿Animales? ¿Protozoos gigantes? ¿Hongos? ¿Algas? ¿Criaturas de un reino desaparecido, distinto de todo lo que hoy conocemos como seres vivos? Desde su descubrimiento en las colinas de Ediacara (Australia) en 1947, se han propuesto múltiples hipótesis para responder a la anterior pregunta. Simplificando un poco, podemos reunirlas en dos grupos casi opuestos: Por un lado están las que consideran a estos organismos como antecesores, directos o indirectos, de animales actuales. Algunos fósiles ediacáricos (Funissia dorothea) se han interpretado como antecesores de los Celentéreos o de las esponjas, otros (Kimberella), de los Moluscos, mientras otros como Vernanimalcula se relacionan con distintos grupos de animales de simetría bilateral. En el otro grupo se encuentran las hipótesis que consideran a los ediacarianos tan diferentes de las restantes formas de vida como para constituir con ellos un Reino propio (Vendobionta), al mismo nivel que el Reino Animal, el Vegetal o el Protoctista. Hay incluso quien lo considera un experimento fallido (o, al menos, interrumpido) en la evolución temprana de la vida pluricelular.

¿Y si fueran … líquenes? Mención aparte merece esta controvertida hipótesis de Gregory J. Retallack. Este paleontólogo, nacido en Tasmania (Australia) y afincado en Oregón (Estados Unidos) se ha especializado en el estudio de suelos fósiles. Retallack descubrió que algunos sustratos aparentemente marinos de Ediacara eran en realidad a ambientes continentales áridos, probablemente en interfase con aguas poco profundas. Posteriormente, Retallack ha expuesto su hipótesis sobre el carácter liquénico de, al menos, algunos organismos ediacáricos. Se basa en la compactación de las arenas que inicialmente sustituyeron a la materia orgánica durante la fosilización. Según Retallack, esta compactación no sigue el patrón típico de un organismo animal, sino que se parece más al de ciertos líquenes. Hay que señalar, en todo caso, que esta hipótesis no ha tenido hasta ahora mucha aceptación entre la comunidad científica. Como puede deducirse de todo lo anterior, la posición de la biota de Ediacara en el conjunto de los seres vivos es muy controvertida. Pero la polémica se agudiza aún más si fijamos nuestra atención en uno de sus miembros: la enigmática Dickinsonia.
 
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