Este es el segundo de una corta serie de artículos sobre el fascinante asunto de las grandes crisis de biodiversidad que han sacudido nuestro planeta. El público al que, en primera instancia, está destinado, es el alumnado y profesorado de Ciencias de 4ºde ESO y de Bachillerato, al que habitualmente se ha dirigido este blog. Sin embargo, no debería hacer falta añadir que espero sea de interés para otras muchas personas. Cualquier comentario o crítica será bienvenido.
This is the
second of a short series of articles about the big biodiversity crisis which
has shaken our planet. Its target readers are students and teachers of Upper
Secondary - 15–17-year-old students. Nevertheless, it can be interesting for
much more people. Any comment or criticism will be welcome.
Aplicando lo anterior a las extinciones masivas, podemos recordar
un intento de explicación monocausal: la hipótesis Némesis popularizada
en los años 80 por los paleontólogos David Raup y Jack Sepkoski. Según esta
hipótesis, existe una estrella compañera de nuestro sol (Némesis) cuya
órbita atraviesa periódicamente la nube de Oort, proyectando desde esta una
gran cantidad de cometas y asteroides hacia el interior de nuestro sistema
solar. En consecuencia, la Tierra se vería expuesta periódicamente a multitud
de impactos de otros cuerpos, como el que parece que provocó la extinción del
Cretácico, que acabó con los dinosaurios. Hasta ahora no se ha encontrado a
Némesis, ni tampoco pruebas que apoyen esta hipótesis.
Si nos tomamos en serio la complejidad de la naturaleza y pensamos
en “causas”, en plural, podemos hacer una pequeña lista de ellas. Hay tres que,
solas o combinadas, aparecen siempre:
1.- El impacto de un cuerpo planetario. Las enormes nubes de polvo
que alcanzarían la estratosfera perturbarían la llegada de la luz solar,
alterando la luminosidad y temperatura de la superficie terrestre. Cambiarían
la salinidad, el pH y la dirección de las corrientes oceánicas. Los organismos
fotosintéticos se verían muy afectados y, en definitiva, el clima sufriría
graves perturbaciones. El resto es fácil de imaginar. Curiosamente, estos efectos guardan bastante
semejanza con los que provocaría un conflicto nuclear masivo.
Siempre se cita la extinción masiva del Cretácico (la de los
dinosaurios) como provocada por esta causa. De hecho, se ha encontrado un
cráter en la península del Yucatán que parece claramente la huella del
asteroide que impactó hace 65 m.a. Algunos científicos también creen que hubo
uno o varios impactos tras la extinción el Pérmico (hace unos 250 m.a.), la más
devastadora de todas.
La fina capa blanca que muestra el dedo corresponde a la arcilla que marca el límite KT (crisis cretácica) |
Al igual que sucede en una erupción volcánica, la lava que aflora pierde por descompresión un importante volumen de gases. Estos ascienden, arrastrando partículas de polvo, y, en ocasiones, llegan a la estratosfera, dispersándose por todo el planeta. El resultado, como es fácil de intuir, es bastante parecido al del impacto de un asteroide, aunque quizá menos brusco.
Se conocen varios mantos basálticos producidos de esta manera, y
localizados en Siberia, India, Canadá, etc. El de Siberia, por su edad, parece
un buen candidato para explicar (tal vez en conjunción con otros factores) la
crisis del Pérmico. También la extinción de finales del Triásico, y, para algunos científicos, la del Devónico, coinciden
en el
tiempo con un enorme manto basáltico. Sin embargo, el caso más interesante se
plantea en el Cretácico. Hay diversas pruebas de la existencia de una enorme
pluma mantélica[i] bajo lo que hoy es el
Océano Pacífico, que produjo muchos y muy intensos episodios de vulcanismo al
final del Cretácico. La “hipótesis magmática” se ha constituido en alternativa
a la del impacto para explicar las causas de esta crisis de biodiversidad. En
cualquier caso, hay que decir que no son excluyentes.
3. Un cambio climático global, producido, a su vez, por varias
posibles causas: desplazamientos de continentes y océanos, cambios en los
parámetros de la órbita terrestre, aumento de la concentración de gases de
efecto invernadero en la atmósfera o – por qué no – las dos anteriormente
explicadas.
Podría pensarse que este factor actuaría más lentamente sobre la
biodiversidad. No tiene por qué ser así. Los cambios climáticos pueden
desarrollarse en unos pocos cientos de años (o incluso menos, observemos el
actualmente en curso). Este es un lapso de tiempo tan corto, geológicamente
hablando, que puede no dejar huella en las rocas. Además, es más corto, en
muchos casos, que el tiempo necesario para que los seres vivos se adapten al
cambio, lo que implicaría una rápida cascada de extinciones de seres vivos.
Las crisis de biodiversidad que podrían explicarse recurriendo a
cambios climáticos serían la del Ordovícico (unos 445 m.a.), la del Devónico
(360 m.a.) y – al menos para muchos científicos - la tremenda crisis del
Pérmico. En este último caso, se especula con la posibilidad de que la
formación de un gran supercontinente (la Pangea que propuso Wegener a comienzos del siglo XX)
situado en una posición relativamente cercana al Polo Norte, aumentara el
albedo terrestre, interrumpiera las corrientes oceánicas y, en consecuencia,
dislocara por completo el clima de la Tierra, así como los parámetros
fisicoquímicos de los océanos.
No obstante, hay varias objeciones razonables a esta hipótesis,
muchas de ellas relativas a la sincronización de todos estos fenómenos, así
como a las diferencias entre le Hemisferio Sur y el Hemisferio Norte. Por
tanto, parece sensato suponer que, además de la formación de Pangea, otros
factores actuaron simultáneamente, contribuyendo a provocar la mayor crisis de
biodiversidad de la que tengamos noticia.
Rubén Nieto.
[i]
Un gigantesco penacho de materiales calientes y plásticos que asciende
lentamente desde varios cientos de kilómetros de profundidad hasta la
superficie terrestre.
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