Tres
hormonas y una conducta compleja.
Lejos
de mi cualquier afán de reducir el enrevesado comportamiento humano a la acción
de tres sencillas moléculas. Sin embargo, me parece que en muchos debates
actuales, simplificadores en un sentido o en otro, se tiende a olvidar algunos
datos bioquímicos importantes y avalados por múltiples observaciones y
experimentos. Por eso intentaré introducir algunos de estos datos, sin
propósito de exhaustividad, pero deseando contribuir a que sean tenidos en
cuenta.
Comenzaré por la prolactina, la hormona del embarazo. Cuando el feto supone aproximadamente el 15% del metabolismo de la madre, esta ya no puede alimentarlo adecuadamente, y su nivel de glucosa en sangre se desploma. Esto, a su vez, desencadena una cascada neuroendocrina, tanto en el feto como en la madre, en la que intervienen el hipotálamo, la hipófisis y las glándulas suprarrenales, segregándose cortisol (la hormona del estrés) y oxitocina. Pero antes de ello, la hipófisis de la madre está produciendo prolactina, que, además de la secreción láctea, estimula la conducta de “preparación del nido”, tan frecuente en aves y mamíferos, y que podemos rastrear sin problema en nuestra especie.
Conforme
nos acercamos al final de la gestación, y sin que desaparezca la prolactina, el
control va pasando a la oxitocina, la hormona del parto. Esta hormona,
también segregada por la hipófisis materna, acelera las contracciones del parto
y la liberación de leche inmediatamente posterior a este. Cuando va a nacer, la
cabeza del bebé presiona el cérvix y, a través de este, la médula espinal de la
madre, que envía impulsos nerviosos al hipotálamo. Este estimula, a través de
la hipófisis, la secreción de … más oxitocina! Estamos, pues, ante un claro
ejemplo de retroalimentación positiva.
Un
segundo ejemplo es el siguiente. Durante la lactancia, la succión del bebé
sobre el pezón de la madre también estimula por vía nerviosa al hipotálamo de
esta, que, a su vez, acelera la liberación de más oxitocina, y esta refuerza la
liberación de más leche.
La
oxitocina también se conoce como la “hormona del vínculo”. Su presencia
en la sangre materna estimula una interacción fuerte con el recién nacido. Algo
parecido sucede con este. De hecho, se ha encontrado que los niños
institucionalizados durante sus primeros años de vida tienen niveles más bajos
de oxitocina. Incluso tres años después de una adopción, mantienen bajos estos
niveles. Su capacidad para el vínculo está dañada, a veces permanentemente.
¿Causa, efecto o interacción? Ahí lo dejo.
Cuando se recibe un abrazo, los niveles de
oxitocina aumentan tanto en la sangre como en el cerebro. Algo parecido sucede
durante el contacto sexual. Por todo ello, también se la conoce a veces como la
“hormona del amor”.
Para
terminar estas notas, hablemos un poco de la vasopresina, otra hormona
relacionada con la conducta afectiva y el vínculo de pareja. Desempeña un papel
importante en algunos aspectos de la conducta maternal, especialmente si una
madre se muestra agresiva cuando su prole está en peligro. En cuanto al vínculo
de pareja, se ha encontrado que los hombres con alguna deficiencia en el gen de
los receptores de vasopresina (moléculas en las que encaja esta hormona para
ejecutar su acción) tienen más probabilidades de tener problemas de pareja y
muestran con mayor frecuencia conductas de infidelidad. Nuevamente nos
encontramos con el problema de la causa, el efecto o la interacción.
Un
hecho curioso es que si a hombres a los que se les acaba de administrar
vasopresina se les muestran fotos de otros hombres, reaccionan a ellas con
hostilidad. En cambio, si se muestran fotos de mujeres a otras a las que se ha
administrado esta hormona, reaccionan amistosamente. Parece claro que hay que
investigar más para desentrañar el rol de estas fascinantes moléculas.
Por
último, hay que hacer una referencia a las oscuras pero reales relaciones entre
los TEA (trastorno del espectro autista) y disfunciones en el sistema
cerebral de la oxitocina y vasopresina. Las personas autistas experimentan
dificultades para interpretar las emociones de otros (por ejemplo, a partir de
la voz o el llanto) y sentir empatía. Muchos de ellos tienen bajos niveles
sanguíneos de oxitocina y vasopresina, pero si se les administra oxitocina,
mejoran esas habilidades. En resumen, podemos decir que ambas neurohormonas
juegan un papel importante – aunque no bien conocido - en el desarrollo del
autismo. No olvidemos, sin embargo, que hay otros muchos neurotransmisores y
regiones cerebrales implicadas en estos trastornos.Vasopresina
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