domingo, 23 de abril de 2017

¿PSICOESTIMULANTES PARA EL ESTUDIO?


Las anfetaminas y el metilfenidato son una clase de medicamento que sirven para tratar dos enfermedades: la narcolepsia y el trastorno por déficit atencional e hiperactividad. Actúan aumentando los niveles de dopamina y noradrenalina en el cerebro.

Las primeras anfetaminas fueron sintetizadas en 1887, aunque los laboratorios farmacéuticos comenzaron a comercializar estas sustancias en la tercera década del siglo XX, observándose que producían un aumento del nivel de alerta, de la capacidad de concentración y de la tolerancia al dolor. Durante la II Guerra Mundial, tanto el ejército alemán como el aliado utilizó anfetaminas inicialmente en pilotos, conductores de tanques y camiones, tratando de obtener un aumento de la energía, incluso una vez traspasada la barrera del agotamiento físico y mental; posteriormente, su uso se generalizó incluso para tratar de aumentar y mantener la moral de los soldados. También el uso planteó desconfianza por algunos incidentes de fuego amigo que se atribuyó al consumo de anfetaminas por parte del soldado que disparó. Un folleto del Ministerio del Aire Británico, impreso en 1943, revelaba que se conocían los efectos adversos del uso de anfetaminas, pues en él se exponía que: “cualquiera que tome anfetaminas siente que tiene control total sobre la situación y que puede seguir desempeñando sus tareas sin necesidad de descansar y considera que puede obrar bien, cuando lo cierto es que está cometiendo toda clase de errores”.

El medicamento psicoestimulante, cuyo uso ha generado más dudas desde el punto de vista bioético, es el modafinilo que aumenta de forma indirecta los niveles cerebrales de dopamina y noradrenalina, y su uso terapéutico es el tratamiento de la narcolepsia. Los estudios muestran que el modafinilo realmente mejora la atención y la memoria a corto plazo, pero otros trabajos también señalan que distorsionan la consolidación de recuerdos.

Pero el hecho es que en la actualidad su uso está cada vez más difundido en las universidades de élite y en los ambientes profesionales muy competitivos en los que dormir ocho horas puede resultar un lujo excesivo. Un estudio (McCabe et al, 2005) ha estimado que casi el 7% de estudiantes estadounidenses mentalmente sanos han usado psicoestimulantes, llegando esta tasa en algunas universidades hasta el 25%, y posiblemente estas cifras hayan aumentado aún más en los últimos 10 años.

La cuestión está generando mucha polémica en la comunidad científica. Hay autores (Heinz A et al, 2014) que se posicionan en contra porque este tipo de medicamentos pueden ser adictivos. Algunos científicos a favor (Henry Greely et al, 2008) del uso del que denominan “mejoradores cognitivos”, tal como han publicado en la prestigiosa revista Nature, incitan a un consumo responsable. De hecho, este debate se encuentra también centrado en la terminología que se utiliza, ya que los partidarios llaman a estos fármacos “mejoradores cognitivos”, mientras que los detractores los consideran droga.

A pesar de que hemos visto diversas opiniones sobre cómo actúa el fármaco en la mente de las personas, parece que el resultado es que se mejora la atención y la memoria a corto plazo, pero perjudica la consolidación de recuerdos. Desde mi punto de vista, el uso de estos psicoestimulantes para mejorar el rendimiento en los estudios podría mejorar los resultados académicos de algunos estudiantes que, por la presión a que se ven sometidos, recurren a una vía fácil. Sin embargo, el aprendizaje se ve afectado ya que los recuerdos no se afianzan y lo “aprendido” de esta manera queda olvidado al poco tiempo. De esta manera ¿estaríamos aprendiendo realmente cuando estudiamos bajo los efectos de estos medicamentos? ¿O simplemente estamos mejorando nuestras calificaciones académicas a costa de una buena enseñanza? Por lo tanto, considero que es preferible aprender con autenticidad y por medio de nuestro propio esfuerzo que a base de “potenciadores cognitivos” que, tras aumentar nuestras notas, pueden resultar adictivos y nocivos para la asimilación de conocimientos.


Sara Moscoso.

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