No existe un solo proceso de producción, ya sea industrial, agrícola, ganadero, minero, artesano, etc., que no genere residuos. Incluso la producción de energía eléctrica en una central solar fotovoltaica libera calor (un residuo energético) al entorno.
Por otro lado, los procesos de producción de todo tipo de bienes no han dejado de aumentar al menos desde el Neolítico. Y desde la Revolución Industrial este incremento de bienes producidos es casi exponencial.
De las dos premisas anteriores se deduce que la humanidad genera residuos de manera creciente, y que esta generación de residuos crece cada vez más rápidamente. No podemos escapar al Segundo Principio de la Termodinámica.
Como, además, buena parte de estos residuos son tóxicos y/o no degradables, no es de extrañar que la cuestión de los residuos preocupe cada vez más a ciudadanos sensibles hacia la problemática ambiental. Prueba de ello es lo siguiente. En los albores del movimiento ecologista (años 70 y 80 del siglo XX), el gran problema ambiental, la bandera de estos colectivos ciudadanos era, junto con la reducción de la biodiversidad, el posible agotamiento futuro de muchos recursos naturales básicos: minerales, petróleo y gas, agua potable, pesca,… La frase que resumiría este problema sería: Nos estamos comiendo el planeta. Cuando nos hayamos comido hasta los codos, ¿qué haremos?
Veinte años después, el movimiento ecologista, más crecido y maduro, pone en primer plano de sus preocupaciones la acumulación de residuos. Ahora, la frase – resumen sería: estamos inundando el planeta de basuras de todo tipo, sólidas, líquidas y gaseosas. Cuando la Tierra esté cubierta de basuras, ¿qué haremos?
Una primera respuesta fue: reciclemos. Durante un tiempo, el reciclaje pareció ser (y aún lo parece para algunos) una solución mágica. Se trata de convertir los residuos en recursos: la materia orgánica en compost y biogás, el papel y vidrio en nuevas botellas y cuadernos, la chatarra en el casco de nuevos barcos, incluso los neumáticos viejos en piso de carreteras… Verdaderamente positivo, pero pronto las mentes más lúcidas demostraron que el reciclaje generalizado sólo permite a nuestras sociedades -¡y no es poco!- ganar tiempo.
La razón es nuevamente de índole termodinámica. No hay ningún cambio fisicoquímico (y todo proceso industrial lo es) en el que se obtenga un rendimiento del 100%. Por ejemplo, el reciclaje de papel es muy eficiente cuando obtiene rendimientos del 40%, y eso sin tener en cuenta la pérdida de calidad en el producto reciclado. Así, pues, el reciclaje generalizado está muy bien, sin duda, pero sólo va a conseguir ralentizar – que no detener - la acumulación de residuos y, de paso, el agotamiento de ciertos recursos no renovables.
Como consecuencia de lo anterior, la famosa regla de las tres R (Reducir, Reutilizar, Reciclar), debería formularse de manera jerárquica, priorizando la primera R sobre la segunda y ésta sobre la tercera: Reducir el consumo > Reutilizar lo ya utilizado > Reciclar lo reutilizado. Pero aquí ya entramos en un terreno pantanoso, resbaladizo, polémico. ¿Adivinas por qué?
Continuará…
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