martes, 19 de septiembre de 2023

Ecofascismo o igualdad

 He escrito las siguientes líneas intentando emplear un lenguaje desprovisto, en lo posible, de connotaciones sociales, políticas y ambientales. Al mismo tiempo, he dejado algunas pistas indicadoras de que el artículo pretende inscribirse en una larga tradición emancipatoria, pero actualizándose en las coordenadas de la presente crisis ecosocial. Podría haber usado un lenguaje más áspero y combativo, pero entonces probablemente sería malinterpretado por buena parte de sus destinatarios. Espero comentarios, réplicas, observaciones, etc.

El sistema económico imperante ha generado siempre una enorme desigualdad. Ciertamente, ha generado ingentes riquezas, pero, al mismo tiempo, ha mantenido a una buena parte de la humanidad en la más absoluta pobreza. Una cifra quizá excesivamente simplificadora , pero no muy alejada de la realidad, es la que manejaron algunas ONGs hacia el final de los años 90: el 80% de la riqueza mundial está en las manos del 20% de la población. Con estas premisas, pues, no es exagerado afirmar que nuestro actual modelo de producción, distribución y consumo de bienes y servicios es un gran generador de injusticia.

Los defensores de este sistema económico – que llamaremos capitalismo – utilizan diversos argumentos, pero aquí me detendré en uno de los más potentes: lo que coloquialmente se ha conocido como teoría del goteo. En lo esencial, se basa en la siguiente analogía. Las clases altas son representadas como asistentes a un gran banquete alrededor de una mesa repleta de manjares que continuamente se renuevan. Las clases bajas, por el contrario, están simbolizadas por mendigos que pululan por debajo de la mesa, y viven de las migajas que caen de esta. Cuantas más riquezas se acumulen en la mesa (el crecimiento económico), más beneficiarán a los ricos asistentes al banquete, pero más migajas caerán también en manos de los mendigos. Dicho de otro modo, aceptando que solo el 20% de la tarta de la riqueza cae en manos de los pobres, si la tarta crece de manera continua, el 20% de esta también lo hace. Por tanto, las personas empobrecidas tienen acceso a una riqueza progresivamente mayor.

Este argumento se ha tildado de injusto y de cínico, pero, en los últimos tiempos, a estas críticas se le ha sumado otra que, en cierto modo, es materialmente demoledora. La ciencia nos está proporcionando más y más evidencias de que la tarta ya no crecerá mucho más, si es que aún puede hacerlo. Los límites al crecimiento de la tarta se están alcanzando por dos lados distintos:

1. Los recursos naturales: agua, energía, alimentos, materiales mara nuevos desarrollos tecnológicos, etc. Todo ello está sometido, en mayor o menor medida, a una preocupante sobreexplotación.

2. Los residuos, que se acumulan al tiempo que ejercen multitud de efectos nocivos sobre la biosfera y nuestra salud. El caso más conocido es el del CO2, y su indudable influencia en el cambio climático. Pero también plaguicidas, fertilizantes, plásticos, metales pesados, etc., constituyen poderosas amenazas a los equilibrios globales y (insistamos en ello) a la salud de los humanos.

A todo lo anterior habría que añadir la acelerada reducción de la biodiversidad y de los espacios naturales, con lo que se configura una situación ambiental y humana de lo más preocupante.  El mensaje que nos envían todos estos fenómenos es que debemos ir diciendo adiós al crecimiento económico indefinido.

Si no podemos confiar en que un crecimiento continuo de la tarta alivie las tensiones sociales derivadas de la desigualdad, solo nos quedan dos opciones:

1ª.- “Blindar” para una exigua minoría el disfrute de los escasos recursos naturales que durante un tiempo se puedan obtener, dejando al resto de la población al albur de una escasez y emponzoñamiento ambiental crecientes. A esto se le ha dado en llamar ecofascismo.

2ª.- Redistribuir la tarta, al tiempo que se redimensiona. Una solución igualitaria y sostenible que pone de los nervios a las élites gobernantes y – por qué no decirlo – a buena parte de la población en las regiones más opulentas del mundo. Desde mediados del siglo XIX, la redistribución de la tarta (ahora también redimensionada de acuerdo con las posibilidades del planeta) ha recibido nombres que están muy mal vistos en el discurso dominante. Tal vez sea esta la razón de que algunos ecologistas y científicos lúcidos eviten usarlos. Sin embargo, si se leen sus escritos con atención, veremos que no plantean nada muy diferente a lo aquí expuesto. En todo caso, muestran un grado algo mayor de optimismo.

Sin embargo, yo soy de la opinión de que no hay que rehuir el debate. Es más, cuanto antes lo situemos en el centro de los temas que se discuten en público, antes se podrá construir una respuesta a lo que resulta ser una crisis a la vez social, económica, ambiental y, por todo ello, humana. Una respuesta que debe ser eficaz, socialmente convincente y asumible – con todos los matices necesarios -  por la mayor parte de la ciudadanía.

Rubén Nieto.

 

 

  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Extraordinaria reflexión, compañero. Aunque me temo que justo al final cae en el optimismo poco fundamentado; existe una vastísima información científica que demuestra que hemos superado los umbrales que hacen inevitable la extinción total o la selectiva, basada en un sistema que se ha dado en llamar ecofascista.

Rubén Nieto dijo...

Es una pena que el final te parezca injustificadamente optimista, porque precisamente trato de huir del optimismo bobalicón, ese de "... pero al final hay esperanza". Tampoco me gusta el catastrofismo que te convierte en un cenizo a ojos de los demás, aunque solo sea porque es la manera de que no te hagan caso ("efecto Casandra", creo que lo llaman).

 
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