Quienes trabajan o han trabajado en investigación científica saben muy bien que la manera en que se formula un problema es fundamental para obtener éxito en su resolución. Dicho de otro modo, cuando nos atascamos ante algún problema, tal vez lo mejor sea formularlo de otra manera. El caso que describo a continuación puede ilustrar esta cuestión. Lo podéis encontrar muy bien explicado en el libro “Genes, microbios y células”, de ese gran divulgador de la Biología celular que es el profesor Javier Novo.
Las ciencias del comportamiento están atravesadas, desde hace mucho tiempo, por el debate sobre la influencia ejercida por los genes y por el ambiente que rodea al sujeto. Los determinismos estrictos, tanto genético como ambiental, han sido prácticamente abandonados, y se reconoce que la conducta humana es un fenómeno multifactorial en cuanto a sus causas. Sin embargo, la contribución específica de genes y variables ambientales sigue siendo objeto de polémica. En este marco teórico vamos a tratar la siguiente cuestión: ¿Cómo influye la alimentación del lactante –mediante leche materna o leches de fórmula – en las habilidades intelectuales que desarrollará el niño?
La hipótesis de partida considera que la leche materna debería ser más positiva para el desarrollo intelectual que la leche de fórmula. La razón es la siguiente: La maduración del cerebro, con el establecimiento de complejísimas redes neuronales, necesita de una gran cantidad de lípidos, algunos de los cuales, como los cerebrósidos, son bastante específicos. La leche materna contiene una gran concentración de lípidos específicos, y, por ello, debería ser especialmente adecuada durante el período crítico en que se termina la construcción de nuestro cerebro.
Si se pudiera confirmar esta hipótesis, estaríamos ante un caso claro de influencia de un factor ambiental (lactancia materna frente a otras formas de lactancia) sobre las capacidades mentales de las personas. Sin embargo, investigaciones recientes muestran que el asunto es más complicado.
En 2007, la prestigiosa revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences publicó un estudio hecho sobre unos 3000 niños del Reino Unido y Nueva Zelanda a los que se había sometido a un test de inteligencia con cinco años de edad( A. Caspi et al.:Moderation of breastfeeding effects on the IQ by genetic variation in fatty acid metabolism PNAS 2007 104 (47) 18860-18865). En todos ellos se buscaron algunos genes de los que se sabía previamente que intervienen en el metabolismo de los ácidos grasos. Por otro lado, también se sabía previamente si cada niño había recibido lactancia materna o no.
Los resultados fueron muy reveladores al estudiar el gen FADS2, que puede aparecer bajo dos formas (alelos, técnicamente hablando) diferentes, a las que llamaremos A y B. Todas las personas llevamos en nuestras células dos copias de cada gen, una heredada de nuestra madre y otra de nuestro padre. Por tanto, en lo que se refiere a este gen, cada niño del estudio sólo podría llevar una de estas tres combinaciones de los dos alelos: AA, AB y BB. Pues bien, el estudio reveló que los niños que llevaban al menos una copia tipo A del gen FADS2 (es decir, los que portaban la combinación AA o la AB) obtenían unos resultados significativamente superiores en el test de inteligencia cuando habían recibido lactancia materna. En cambio, los niños que sólo llevaban copias de la variante B de este gen obtenían unos resultados que no mostraban ninguna correlación con el hecho de haber recibido lactancia materna o leche de fórmula. Se puede afirmar, por tanto, que el factor ambiental “tipo de lactancia” influye en la inteligencia de los niños que tienen una determinada constitución genética (mayoritaria en las poblaciones actuales, por cierto), mientras que es irrelevante en los que poseen otra constitución genética diferente.
Por supuesto, las habilidades intelectuales, cualquiera que sea su caracterización, no dependen sólo de uno o dos factores. En este caso se aisló una de entre las muchas variables que pueden incidir en el resultado final, y la muestra de individuos estudiada era (al menos, así lo habrán creído los autores y los exigentes referees de la revista PNAS) lo suficientemente amplia y bien estructurada como para aleatorizar todas las demás. Parece probable que una buena parte de esas variables, tanto ambientales como genéticas, interaccionen entre sí de una manera parecida a la del ejemplo que acabo de exponer, o - por qué no - a tres, cuatro o más bandas.
¿Genes o ambiente? ¿Respuestas simples o aproximaciones complejas?
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