En el artículo anterior presentábamos la, para muchos, enigmática fauna de Ediacara, junto con diversas interpretaciones de sus extraños restos fósiles. Ahora nos centraremos en uno de sus más estudiados y polémicos representantes, un organismo descubierto por Reg Spriggs en las colinas de Ediacara (Australia) en 1947, y nombrado Dickinsonia en honor al jefe de Spriggs en la universidad.
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¿Qué tiene de especial Dickinsonia?
A primera vista, no mucho. Se trata de un organismo de aspecto laminar, ovalado, ancho y plano, con poco más de 1 mm de grosor. En los ejemplares más grandes encontrados hasta ahora, la longitud de su eje mayor se aproxima a un metro. Se han hallado ejemplares de Dickinsonia en Australia, los Urales, Ucrania y el Mar Blanco (Norte de Rusia). Todos ellos datan de un período que va de los 558 a los 555 millones de años. Uno de sus rasgos más llamativos son sus “nervios” radiales, que salen de un eje o cresta central, lo que sugiere una simetría bilateral. Las “costillas” delimitadas por estos nervios se han interpretado como fibras musculares, cámaras neumáticas, etc.
¿Qué es?
La posición taxonómica de Dickinsonia se inscribe en la problemática de la fauna de Ediacara en su conjunto. Quienes sostienen que dicha fauna está relacionada con los grupos zoológicos que aparecieron algo después (y, por tanto, con los animales actuales) ven en ella un celentéreo, una medusa, un anélido o incluso un ancestro de lo que llamamos Cordados, que incluyen a todos los Vertebrados.
Por el contrario, los partidarios de ver en la biota de Ediacara un experimento fallido o interrumpido de la evolución, formulan hipótesis mucho más variadas: un protozoo colonial, un hongo, un animal de un tipo completamente distinto a los actuales,… Las opciones son muy variadas y hasta el momento no se ha alcanzado un acuerdo.
Hace pocas semanas, algo vino a cambiar la situación. La revista Science publicó un estudio realizado por Jochen Brocks e Ilya Bobrovsky (Australian National University, Academia de Ciencias de Rusia y Universidad de Bremen) sobre ejemplares de Dickinsonia excepcionalmente bien conservados en unos acantilados del Mar Blanco. Los autores del estudio trataron de dilucidar el status de Dickinsonia a través de un enfoque bioquímico: se propusieron encontrar alguna molécula específica de uno u otro tipo de seres vivos. Para ello necesitaban un ejemplar de Dickinsonia lo suficientemente bien preservado como para que aún contuviera restos de materia orgánica. Lo encontraron en acantilados del Mar Blanco que permanecen congelados la mayor parte del año. Hubo que llegar hasta ellos en helicóptero, descolgarse por una pared vertical de 60 metros y hacer caer grandes lajas de arenisca, que luego se procesaban en el laboratorio.
Lo que encontraron no les decepcionó. Hallaron una elevada concentración de esteroles, moléculas derivadas del colesterol y típicas de las células animales. Al mismo tiempo, apenas aparecían esteroles en los restos orgánicos de bacterias próximas a Dickinsonia, que presumiblemente constituían su alimento. Estos resultados apuntan claramente a una filiación animal de nuestro enigmático ser. En otras palabras, Dickinsonia podría ser uno de los antepasados más antiguos de todo el Reino Animal y, por tanto, de nosotros mismos.
Y, en esto, llegó Retallack …