Hasta los siglos XVI – XVII priman en Europa cosmovisiones
antropocéntricas, que colocan a nuestra especie (más aún, al hombre europeo y
cristiano) en el centro del Universo, que estaría completamente subordinado a
él. Esta visión del mundo fue desmontada por los avances de la ciencia, y lo
fue en dos períodos diferenciados:
1º En los siglos XVI y XVII, la revolución
científico-tecnológica llevó a la sustitución del modelo geocéntrico del
universo por el heliocéntrico. A partir de este momento, la Tierra es vista
como uno entre los muchos objetos que giran en la inmensidad del Universo,
siguiendo las mismas leyes físicas (gravedad) que rigen a todos los cuerpos
celestes. Se acabó la singularidad de nuestro planeta.
2º En el final del siglo XVIII y a lo largo del XIX, las
ideas fijistas sobre la Tierra y la vida, que consideraban a ambas inmutables,
ceden el paso a las evolucionistas. El planeta y los organismos que lo pueblan
cambian a lo largo del tiempo, siguiendo leyes (selección natural, actualismo
geológico) que pueden ser desentrañadas por la ciencia. La especie humana no es
una excepción: tuvo un origen biológico a partir de otras especies animales. Se
acabó la singularidad del ser humano.
Los avances científicos son resultado de una aventura
colectiva protagonizada por personas, muchas de ellas anónimas. No obstante, es
importante conocer los nombres y hazañas intelectuales de algunos de estos
científicos que han pasado a la posteridad. Si la revolución científica de los
siglos XVI y XVII popularizó los nombres de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton
– entre otros muchos – el evolucionismo posterior debe mucho de su empuje a
Hutton, Lyell, Lamarck, Darwin y Wallace.
Si nos centramos en la Evolución, su importancia no se reduce solamente a la historia de las ideas. Todas las ciencias experimentales se articulan en torno a una o dos grandes teorías (algunos filósofos de la ciencias las llamarían paradigmas) que ocupan un lugar central en la disciplina. Estas teorías no están construidas de una sola pieza y para siempre, sino que se enriquecen continuamente en detalles y refinamientos. Cada una de ellas explica, directamente o a través de sus derivaciones, la mayor parte de los fenómenos naturales que estudia esa disciplina. Pues bien, la Evolución ocupa desde hace bastantes decenios ese lugar central en la Biología y ciencias relacionadas. No se podrían entender los desarrollos actuales de disciplinas aparentemente tan alejadas como la Inmunología, la Neurología o la Ecología sin recurrir a la Evolución.
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