“La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país.” “…apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global”. Éste es el tono meramente utilitario que marca el preámbulo del anteproyecto de la LOMCE, la nueva (de momento, porque ya he perdido la cuenta de tantas leyes educativas) ley orgánica de educación. Pero el hedor a clasismo y desprecio a los más desfavorecidos alcanza su máxima cota en el siguiente párrafo:
El principal objetivo de esta reforma es mejorar la calidad educativa, partiendo de la premisa de que la calidad educativa debe medirse en función del “output” (resultados de los estudiantes) y no del “input” (niveles de inversión, número de profesores, número de centros, etc.).
Si ésta es la filosofía que inspira la última (de momento, insisto) reforma educativa, no deben extrañarnos medidas ya anunciadas, como la financiación pública de centros que segregan al alumnado en función de su género, o el adelantamiento a 3º de ESO de la separación entre la vía hacia la universidad y la que conduce a una formación profesional de cualificación problemática.
Pero todo lo anterior, con ser muy grave, no debería hacernos olvidar otros cambios anunciados en el anteproyecto, y que afectan al currículo de las distintas etapas educativas. Entre ellos, encuentro especialmente dañino la desaparición de la materia Ciencia para el Mundo Contemporáneo de todas las modalidades de Bachillerato. Apenas estaba empezando a calar en algunos sectores de opinión la idea de que la Ciencia es parte de la cultura (una parte tan importante como la Literatura, la Filosofía o el Arte), que un ciudadano de una sociedad democrática debe ser capaz de distinguir las ciencias de las pseudociencias, valorar los enormes avances en bienestar que el conocimiento tecnocientífico nos ha aportado, así como mantener una actitud crítica hacia cualquier intento de patrimonializar la ciencia y, de esta manera servirse de ella para intereses espurios. Si no se remedia este desaguisado, nuevamente volveremos a tener eminentes juristas o catedráticos de Filología Hispánica cuyo último contacto el estudio científico de la Naturaleza habrá sido a los 14 años. ¿Tiene esto sentido en la sociedad contemporánea, tan impregnada de ciencia y tecnología en todos sus aspectos?
El desaguisado se completa en los bachilleratos de Ciencias con la reducción de la materia Ciencias de la Tierra y Medioambientales a la condición de optativa entre otras varias, lo que conducirá a su práctica desaparición. Esta materia se centra en el estudio de las interacciones entre el planeta Tierra, entendido como un sistema, y las sociedades humanas. En ella ocupan un lugar preeminente muchas de las grandes cuestiones ambientales y sociales de la actualidad: el calentamiento global, la agricultura y la alimentación mundiales, las energías renovables y no renovables, la gestión del agua, el urbanismo, la contaminación atmosférica y de los alimentos, etc. La asignatura aborda los anteriores temas de manera científica y racional, sin olvidar la componente ética y valorativa necesaria en su tratamiento. En un momento de la historia en el que nuestro futuro se dirime, en gran parte, en el tratamiento que demos como sociedad a estas cuestiones, no parece muy sensato reducir los saberes ambientales a la mínima expresión en el Bachillerato.
Todo lo anterior nos lleva a pensar que este Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (¿no suena un poco orwelliano este rimbombante título?) supone, de aprobarse en su actual forma, un tremendo retroceso en la educación y, más específicamente, en la formación científica y para la ciudadanía. El daño infligido a la cultura y la calidad democrática de nuestra sociedad será tan profundo que podríamos tardar en recuperarnos más de una generación. Uno, en su ingenuidad, creía definitivamente olvidados los tiempos oscuros de nuestra historia en que se cerraban universidades al tiempo que se abrían escuelas de tauromaquia. Desgraciadamente, parece que no es tan fácil salir de la caverna.
El principal objetivo de esta reforma es mejorar la calidad educativa, partiendo de la premisa de que la calidad educativa debe medirse en función del “output” (resultados de los estudiantes) y no del “input” (niveles de inversión, número de profesores, número de centros, etc.).
Si ésta es la filosofía que inspira la última (de momento, insisto) reforma educativa, no deben extrañarnos medidas ya anunciadas, como la financiación pública de centros que segregan al alumnado en función de su género, o el adelantamiento a 3º de ESO de la separación entre la vía hacia la universidad y la que conduce a una formación profesional de cualificación problemática.
Pero todo lo anterior, con ser muy grave, no debería hacernos olvidar otros cambios anunciados en el anteproyecto, y que afectan al currículo de las distintas etapas educativas. Entre ellos, encuentro especialmente dañino la desaparición de la materia Ciencia para el Mundo Contemporáneo de todas las modalidades de Bachillerato. Apenas estaba empezando a calar en algunos sectores de opinión la idea de que la Ciencia es parte de la cultura (una parte tan importante como la Literatura, la Filosofía o el Arte), que un ciudadano de una sociedad democrática debe ser capaz de distinguir las ciencias de las pseudociencias, valorar los enormes avances en bienestar que el conocimiento tecnocientífico nos ha aportado, así como mantener una actitud crítica hacia cualquier intento de patrimonializar la ciencia y, de esta manera servirse de ella para intereses espurios. Si no se remedia este desaguisado, nuevamente volveremos a tener eminentes juristas o catedráticos de Filología Hispánica cuyo último contacto el estudio científico de la Naturaleza habrá sido a los 14 años. ¿Tiene esto sentido en la sociedad contemporánea, tan impregnada de ciencia y tecnología en todos sus aspectos?
El desaguisado se completa en los bachilleratos de Ciencias con la reducción de la materia Ciencias de la Tierra y Medioambientales a la condición de optativa entre otras varias, lo que conducirá a su práctica desaparición. Esta materia se centra en el estudio de las interacciones entre el planeta Tierra, entendido como un sistema, y las sociedades humanas. En ella ocupan un lugar preeminente muchas de las grandes cuestiones ambientales y sociales de la actualidad: el calentamiento global, la agricultura y la alimentación mundiales, las energías renovables y no renovables, la gestión del agua, el urbanismo, la contaminación atmosférica y de los alimentos, etc. La asignatura aborda los anteriores temas de manera científica y racional, sin olvidar la componente ética y valorativa necesaria en su tratamiento. En un momento de la historia en el que nuestro futuro se dirime, en gran parte, en el tratamiento que demos como sociedad a estas cuestiones, no parece muy sensato reducir los saberes ambientales a la mínima expresión en el Bachillerato.
Todo lo anterior nos lleva a pensar que este Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (¿no suena un poco orwelliano este rimbombante título?) supone, de aprobarse en su actual forma, un tremendo retroceso en la educación y, más específicamente, en la formación científica y para la ciudadanía. El daño infligido a la cultura y la calidad democrática de nuestra sociedad será tan profundo que podríamos tardar en recuperarnos más de una generación. Uno, en su ingenuidad, creía definitivamente olvidados los tiempos oscuros de nuestra historia en que se cerraban universidades al tiempo que se abrían escuelas de tauromaquia. Desgraciadamente, parece que no es tan fácil salir de la caverna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario