El
debate genética – ambiente está en el centro de los intentos de explicar
científicamente la conducta humana. Este debate se ha ido refinando desde sus
primeras formulaciones en el siglo XIX hasta la actualidad. Inicialmente, los
científicos del comportamiento humano se posicionaban de forma bastante
maniquea. Recordemos las teorías de Lombroso y otros, que ligaban la
criminalidad a ciertas anomalías anatómicas o cromosómicas. En el extremo
opuesto, los primeros conductistas y otras escuelas psicológicas insistían en
su idea de la mente humana como “tabla rasa”, que se llenaba con los estímulos
educativos.
En la
actualidad, la mayoría de los científicos que estudian, desde distintos
enfoques, la conducta humana, aceptan que herencia y ambiente juegan un papel
muy importante en su explicación. Consideran, asimismo, que el componente
genético es mucho más flexible de lo que se pensaba hace unos años (nada
parecido al “gen de la agresividad” que todavía publicitan algunos
divulgadores), puesto que un mismo genotipo puede dar lugar a muy diferentes
conductas dependiendo de las variables ambientales que incidan en su
desarrollo. Esto les lleva a centrar sus
estudios en las interacciones entre genoma y ambiente. Veámoslo en el ejemplo
de la depresión.
Nos
referimos, en principio, a la depresión
reactiva, que es una respuesta orgánica a situaciones estresantes graves o
prolongadas en el tiempo. Como todos sabemos, no todas las personas reaccionan
de la misma manera a estas situaciones: mientras algunas son muy resistentes a
la depresión, otras desarrollan un cuadro depresivo con relativa facilidad
cuando están sometidas a situaciones de estrés. ¿Hay alguna explicación
genética a estas diferencias? Se sabe desde hace cierto tiempo que en los macacos
Rhesus (Macaca mulatta) el gen 5-HTT, que controla la actividad de la
serotonina, influye en la resistencia al estrés. Algunas variantes (alelos)
proporcionan mayor resistencia al estrés y, consecuentemente, mayor dificultad
para desarrollar un cuadro depresivo ¿Ocurrirá algo parecido en humanos?
Para empezar,
en nuestra especie se ha identificado un gen equivalente al anterior: el
5-HTTLPR, que dirige la síntesis de una proteína transportadora de la
serotonina. Este neurotransmisor interviene en múltiples vías nerviosas y sus
acciones, a través de multitud de pasos intermedios no bien conocidos,
incrementan la resistencia al estrés, dificultando, por tanto, la aparición de
una depresión reactiva. La variante (alelo
es la palabra técnica) de este gen conocida como “larga” (l) intensifica la acción de la serotonina, mientras que la variante
“corta” (c) tiene el efecto
contrario.
En un
estudio realizado en Gran Bretaña, se hizo un seguimiento de 1037 personas
desde su nacimiento hasta que cumplieron 26 años. Se registraron, en todas
ellas, las experiencias estresantes padecidas y, en su caso, los episodios de
depresión, y se correlacionaron con la variante alélica (l o c) del gen 5-HTTLPR
que presentaba cada uno. Los resultados fueron sorprendentes.
Los individuos
que habían heredado un alelo l de su
padre y otro de su madre (abreviadamente, ll)
y quienes habían heredado un alelo l de
un progenitor y uno c del otro (cl), padecieron más depresiones cuantas
más situaciones estresantes sufrieron. Por el contrario, los portadores de dos
copias del alelo l (ll) parecían insensibles a la presión
ambiental: sólo un 10 – 17% de ellos padecieron depresiones, pero en estos
casos la depresión se daba independientemente de que hubieran pasado o no por
situaciones estresantes.
En
conclusión, parece que el alelo c
hace a sus portadores más sensibles a estresantes ambientales, por lo que
aumenta la probabilidad de sufrir depresiones a lo largo de la vida si es que la persona pasa por situaciones
estresantes. En cambio, el alelo l
hace a sus portadores menos vulnerables a los factores ambientales que
desencadenan depresiones, pero no “inmuniza” contra ellas, puesto que entre un
10% y un 17% de sus portadores las padecieron.
Este
ejemplo, junto con otros muchos de interacción genoma-ambiente, nos permite
concluir que tanto uno como otro juegan un papel muy importante, pero que éste
debe ser entendido como algo flexible, como lo es el resultado final de esas
interacciones: la conducta. En nuestro ejemplo, conocer la constitución
genética de una persona nos podría permitir evaluar la probabilidad o, si queréis, el “riesgo” de padecer depresiones
reactivas a lo largo de su vida (algo útil si se quiere desarrollar algún tipo
de programa preventivo) pero en absoluto “predecir” si la persona padecerá una,
dos, tres o ninguna depresión a lo largo de su vida. La diferencia es grande:
las consecuencias, también.