No es preciso dar muchos datos sobre el contexto. Un instituto (centro público, para quien no conozca la terminología educativa) en un barrio de clase media-baja de una gran ciudad. Primer curso de Bachillerato: alumnos de 16-17 años, ni pijos ni marginales, digamos que muy normalitos. La asignatura: Ciencia para el Mundo Contemporáneo, una materia en la que se tratan temas científicos de interés para todo ciudadano que quiera ejercer como tal. Calentamiento global, células madre, alimentación y salud, transgénicos, etc.
Tras haber trabajado en clase el tema de las enfermedades infecciosas y las grandes pandemias actuales, el profesor plantea un debate acerca de los medicamentos genéricos y las patentes sobre muchos fármacos que obran en poder de grandes empresas farmacéuticas. ¿es lícito saltarse las patentes cuando se declara una crisis sanitaria como la que, en el caso del SIDA, afecta a buena parte de Asia y África?
El debate no es una mera sucesión desordenada de opiniones más o menos atropelladamente expuestas. Por el contrario, se estructura en torno a argumentos favorables y contrarios a la anterior pregunta, defendidos por distintos alumnos, que previamente se han documentado. Otros alumnos interrogan a los primeros, contraargumentan y matizan los argumentos expuestos. El debate transcurre con bastante normalidad y un importante grado de participación.
Al final del mismo, el profesor pregunta cuántos alumnos son favorables al mantenimiento de las patentes comerciales para todos los fármacos. El 100% del alumnado considera que no se debería liberar ninguna patente, y que hay que primar los derechos de las empresas farmacéuticas. La principal razón aducida es que, de otro modo, no habría estímulos para la investigación farmacológica. A ninguno se le ocurre otro mecanismo para financiar la investigación que no sea la empresa privada con ánimo de lucro.
Por supuesto, caben muchas interpretaciones. Sólo diré, para que en ellas se tenga en cuenta, que no es un hecho aislado, ni propio de un grupo no representativo de la generalidad de nuestros adolescentes. Podría haber presentado otros muchos ejemplos, sólo que éste es el más reciente acontecido en la ya larga vida docente de quien escribe.Si alguien se anima a debatirlo, daré más detalles.
Definitivamente, algo se ha roto en la línea que une a los actuales adolescentes con las generaciones que eran jóvenes durante la Transición.En los primeros ochenta, cuando este profesor comenzó su andadura, no creo que el resultado de este debate hubiera podido ser el mismo. ¿Cuáles son las causas de esta tremenda transformación de la mentalidad juvenil?
NOTA: Por si alguien no se hubiera dado cuenta, la foto alude al estado de ánimo que se apoderó del profesor tras la experiencia.