Gregory J. Retallack es un
paleontólogo nacido en Hobart (Tasmania, Australia) y profesor en la
Universidad de Oregón, especializado en suelos fósiles. Sus investigaciones han
enfatizado la importancia de los paleosuelos en la reconstrucción de paleoambientes
y de procesos evolutivos. Por ejemplo, el estudio de paleosuelos devónicos
(entre 410 y 360 millones de años atrás) asociados con yacimientos ricos en
vertebrados fósiles sugiere que la transición de peces a anfibios ocurrió en
ambientes boscosos. Otro ejemplo importante es el de los paleosuelos asociados
a fósiles de Proconsul (primate probable antepasado de los simios
actuales) en Kenia, que muestran un posible desarrollo de la posición erguida
en bosque, y no en sabanas, como se pensaba hasta hace poco.
En relación con períodos mucho
más antiguos, las investigaciones de Retallack en Suráfrica han retrasado la
colonización de la tierra firme por formas de vida simples hasta al menos hace
2200 millones de años. En general, sus trabajos ponen de manifiesto que el
medio terrestre ha jugado en la evolución un papel más importante (y desde
épocas mucho más antiguas) de lo que antes se creía.
Con respecto a la biota de Ediacara, Retallack es conocido por sus controvertidas interpretaciones de
algunos fósiles como posibles líquenes o mixomicetos. Este sería, según nuestro
científico, el caso de Dickinsonia. Si
aceptamos, como propone, que los fósiles de Ediacara se preservaron en paleosuelos, esto significaría que no corresponden a organismos marinos.
Estaríamos hablando, pues, de una radiación adaptativa terrestre al menos 200
millones de años antes de lo que se pensaba que había sido la conquista de la
tierra firme por los antepasados algales de las plantas.
La mayor objeción a esta
hipótesis proviene del Sol. No parece que hace 650 millones de años existiera
ya una ozonosfera que, como la actual, absorbiera la mayor parte de la
radiación ultravioleta. En consecuencia, todo ser vivo que habitase en la
superficie del agua o de la tierra estaría expuesto a esta letal radiación.
Pero existen dos posibles modos – no totalmente excluyentes – de salvar esta
objeción:
1.- Retrasar también la formación
de la ozonosfera, a partir del oxígeno liberado por las cianobacterias y las
algas, al menos hasta esta época.
2.- Imaginar un ambiente
interfásico entre la tierra y el mar, donde estos organismos pudieran prosperar
protegidos de los rayos UV: algo así como vastas llanuras intermareales,
marismas y charcas interconectadas, en las que algo de agua protegiera, al
menos durante parte del año, a los seres vivos de las radiaciones de alta
energía.
La cuestión permanece abierta y,
sin duda, nuevos hallazgos permitirán decantarnos por una de estas u otras
opciones. Hasta entonces, podemos admirar la delicada belleza de este organismo,
involuntario embajador de una época en la que la vida desplegada sobre la
Tierra era tan fascinante como diferente de la actual.
Rubén Nieto.