Sucedió ayer en un instituto de un barrio obrero de mi ciudad. Fátima es una niña de 13 años, de origen marroquí, que estudia 1º de ESO. Hasta hace poco participaba en clase y hacía sus tareas, aunque tenía algunas dificultades derivadas de su escaso conocimiento del castellano.
Últimamente, Fátima no hace sus tareas. Hoy tampoco las ha hecho, y la profesora le pregunta por qué. Fátima agacha la cabeza. La profesora intuye que algo no marcha bien e insiste: “Fátima, mírame. ¿Qué pasa? ¿por qué no trabajas en casa?”. De repente, Fátima alza la cabeza con brusquedad y responde: “Porque mi vida va a ser una mierda”. En ese momento, otra niña que está sentada más atrás interviene: “Y la mía”. Le sigue otra más –“y la mía” – y otra, y otra …
La profesora, con el corazón encogido, intenta que le expliquen por qué creen eso. El diálogo es confuso, porque también lo son los pensamientos de las muchachas cuando intentan racionalizar esa impresión. Parece claro, sin embargo, que contemplan su futuro en el espejo del presente de sus padres: paro, pobreza, ninguna perspectiva de mejora.
Creo que tenemos una responsabilidad para con Fátima y las demás niñas: la de construir una sociedad más humana y acogedora, más “de todos y para todos”.
Mañana, otra vez, es 15 – M.
Mañana, otra vez, es 15 – M.