Imaginemos que viajamos
hacia atrás en el tiempo, hasta un período de la historia de la Tierra que los
geólogos denominan Carbonífero, hace
entre 360 y 300 millones de años. En el Hemisferio Norte encontraríamos
extensísimos bosques húmedos asentados sobre suelos pantanosos. Una de las principales
especies arbóreas sería Lepidodendron,
el protagonista de esta historia.
¿Qué tipo de planta era Lepidodendron? Si nos fijamos sólo en su
tamaño – hasta 30 o 40 metros de altura – diríamos que un árbol, y de los más
grandes. Sin embargo, Lepidodendron
está bastante lejos de los actuales árboles de todo tipo. Evolutivamente, está
mucho más relacionado con los actuales licopodios y, en un sentido amplio, con
los helechos. Su “tronco” apenas contenía lignina, lo que lo hacía más frágil y
quebradizo que los árboles presentes. Si camináramos por un bosque carbonífero,
probablemente encontraríamos muchos troncos de esta planta caídos, hundidos en
el pútrido sustrato pantanoso. La descomposición anerobia de estos troncos se
vería frenada por ciertos compuestos microbicidas almacenados en su corteza.
Esto, junto con su enterramiento progresivo, siempre en condiciones anaerobias,
originaría a la postre los grandes yacimientos de carbón.
El análisis de los
abundantes restos fósiles de esta planta ha revelado que, a diferencia de sus
parientes actuales, tenía poco xilema y carecía por completo de floema, el
tejido que permite la distribución de las moléculas orgánicas elaboradas
fotosintéticamente en las hojas. Esto plantea el problema de explicar cómo
obtenían las partes inferiores de la planta el suministro de materia orgánica imprescindible
para sus necesidades vitales. La respuesta se ha encontrado en la disposición
de sus raíces cilíndricas. De cada una de ellas salían radialmente muchas y muy
largas raicillas, varias de las cuales emergían del fondo pantanoso hasta la
superficie. Allí, expuestas a la luz, sus células podrían hacer la fotosintesis.
De este modo, las partes inferiores de la planta no necesitaban recibir
moléculas orgánicas de las superiores.
Como puede verse, Lepidodendron había desarrollado
sofisticados dispositivos anatómicos que facilitaban su vida en áreas
pantanosas, haciéndole muy eficaz en la absorción de CO2
atmosférico. Durante millones de años, los extensos bosques de Lepidodendron dominaron el paisaje del
Hemisferio Norte, Sin embargo, hacia el final del Carbonífero Superior (unos 310
millones de años atrás) comenzó a reducirse su área de distribución hasta,
finalmente, desaparecer. ¿Por qué?
Según la hipótesis más
aceptada, la causa de su declive fue la superadaptación a los pantanos de sus
órganos subterráneos, la misma que le había garantizado el éxito ecológico
durante un larguísimo período de la historia de la Tierra. El sistema de raíces
y raicillas semisubterráneas hacía difícil que la planta pudiera arraigar en
suelos secos y compactos. Además, ese sistema, al quedar enterrado en el suelo,
imposibilitaría la nutrición de la parte inferior de la planta.
Los suelos secos y
compactos se volvían más y más frecuentes conforme el clima evolucionaba hacia
condiciones frías y áridas. Grandes masas continentales se aproximaban, en un colosal
proceso tectónico que daría lugar a un
supercontinente y a la durísima glaciación permocarbonífera. Los continentes
situados en el Hemisferio Norte sufrieron una progresiva aridificación que,
originó, a su vez, el declive de las licofitas como Lepidodendron. El nicho ecológico de esta planta dominante fue
ocupado por los antepasados de las actuales coníferas, mejor dotados
anatómicamente (troncos con cilindros leñosos, raíces profundas, etc.) para
vivir en climas secos y fríos.
En resumen, el planeta,
al irradiar calor a través del manto y la corteza, cambiaba su fisionomía
superficial y su clima, como tantas veces lo ha hecho a lo largo de su
historia. Estos cambios llevaban a la extinción a ciertos seres vivos, al
tiempo que abrían oportunidades evolutivas a otros. Desde este punto de vista,
la historia de Lepidodendron es un
ejemplo más de esta incesante dinámica planetaria que implica a la geosfera,
bisfera, atmósfera e hidrosfera, todas ellas en continua interacción.