La cosa empezó a gestarse en Febrero de este año. En esos días trabajaba con mi alumnado de 1º de Bachillerato el tema de las enfermedades infecciosas, especialmente las que son endémicas en las regiones más empobrecidas de nuestro planeta. La asignatura en la que esto sucedía es Ciencia para el Mundo Contemporáneo, materia común a todo el alumnado-sea cual sea su itinerario: Humanidades, Ciencias Sociales, Ciencias e Ingeniería, etc. – en ese curso. Para quien no lo sepa, debo decir que ésta es una asignatura muy mal recibida por los sectores integristas y ultraconservadores que siempre revolotean en torno al sistema educativo. Sin ir más lejos, el obispo de Granada declaró hace unos años que “…es peor que la Educación para la Ciudadanía”. Supongo que este señor estará ahora más satisfecho, puesto que el anteproyecto de la LOMCE (la también llamada “ley Rouco-Wert”, ya sabéis) la ha suprimido del currículo del Bachillerato. Al parecer, no es importante que los jóvenes con estudios medios y superiores sepan valorar la importancia social de la ciencia.
En esos días debatimos en clase la importancia de la investigación encaminada a prevenir y curar enfermedades como la malaria, leishmaniasis, kala-azar, etc. También discutíamos el conflictivo asunto de las patentes que grandes multinacionales farmacéuticas detentan y la posible oportunidad de liberarlas para que tratamientos como los antirretrovirales contra el SIDA estén al alcance de todo el mundo. Los propios alumnos se documentaron, formularon argumentos a favor y en contra de las distintas opciones, y las debatieron ampliamente. Como veis, una asignatura peligrosa.
Pues bien, durante el desarrollo de esta actividad pude constatar algo que no era nuevo para mí, pero que en esta ocasión se presentaba ante mis ojos con especial intensidad. Me refiero al hecho de que la totalidad de mis estudiantes mostraban un total y escandaloso desconocimiento de lo que son los poderes públicos, la Administración a sus distintos niveles, y la diferencia entre ésta, las empresas privadas y los colectivos ciudadanos. Llegaban al extremo de exigirle a una asociación de vecinos lo que debería ser competencia de un ministerio, al ministerio o consejería lo propio de una empresa privada, y a ésta lo que habitualmente hace una ONG. Todas las instancias que acabo de mencionar eran vistas como parte de la misma vaga nebulosa que planea sobre sus cabezas y que podrían haber descrito como “los que mandan”, “los que tienen el dinero”, o, simplemente, “los de arriba”.
No es que este desconocimiento del mundo que les rodea me resultara nuevo. Llevo demasiados años en la enseñanza como para no conocer la mentalidad y grado de conciencia social del alumnado con el que trabajo. Sin embargo, esta vez había unas circunstancias que lo hacían especialmente llamativo. El grupo en cuestión estaba formado por jóvenes de unos 17 años, de un entorno urbano, en su mayoría hijos de funcionarios, pequeños comerciantes, técnicos especializados, etc. Además, casi todos son buenos estudiantes, están familiarizados con las nuevas tecnologías, han salido más de una vez al extranjero (participan en el programa bilingüe inglés-español de mi centro) y, lo que quizá sea más importante, tienen unas elevadas expectativas profesionales. En definitiva, lo que yo creía percibir en esos días es que estos futuros médicos, ingenieros, periodistas, enfermeros, profesores, traductores, etc. no distinguían una ONG de un Ministerio, no sabían qué puede esperarse de cada una de estas entidades y - peor aún – ni se les pasaba por la cabeza la posibilidad de agruparse en alguna asociación y trabajar colectivamente para mejorar cualquier aspecto de nuestra vida.
En esos días andaba yo reflexionando sobre lo que me parecía uno de los múltiples fracasos de la escuela (no preparar para la vida, al menos en su dimensión de compromiso con la realidad social de nuestro entorno) cuando escuché en distintos medios el ya famoso preámbulo del anteproyecto de la LOMCE que, en su primera redacción, insistía tanto en la competitividad y el fomento de la “cultura emprendedora”. En algún momento, en algún lugar de mi córtex prefrontal, mis redes neuronales debieron conectar la preocupación por la falta de conocimiento y compromiso social en mis clases con esto de preparar para “emprender” y … ¡zas! Se me ocurrió lo que tenía que habérseme ocurrido muchísimo antes: ¿Por qué no simulamos en clase la puesta en marcha de una ONG?
No es la primera vez que, en esta o en otra asignatura, abordaba un juego de rol o de simulación para introducir al alumnado en una realidad compleja. Otros años hemos trabajado con esta técnica conflictos ambientales, de salud pública, etc. Esta vez, sin embargo, íbamos a embarcarnos en la constitución de un colectivo para intervenir directamente en el mundo en que nos ha tocado vivir, con la intención de mejorarlo, claro está. ¿Qué mejor introducción a la cultura emprendedora, señor Wert?
Os ahorraré los detalles acerca de la planificación de este juego. Baste decir que a mis alumnos y a mí nos ha faltado tiempo para desarrollarlo en profundidad, así que los resultados deberían considerarse sólo un avance de lo que espero poner en práctica en los próximos cursos. A continuación encontraréis un esbozo de lo que ha sido esta simulación.
Para empezar, se me planteaba un problema importante. ¿Qué tipo de asociación o colectivo íbamos a fundar (simuladamente) mis estudiantes y yo? Al estar incluido este juego en una asignatura de Ciencia para la Ciudadanía, el ámbito de actuación de la asociación debería ser tal que permitiera aplicar conocimientos científicos de los trabajados en esta u otras asignaturas. Finalmente, decidí que pondríamos en marcha tres asociaciones diferentes: un grupo ecologista, una asociación de apoyo a pacientes de enfermedades raras y sus familiares, y una ONG de ayuda a una región de África.
Los estudiantes que trataran de poner en marcha un grupo ecologista tendrían que poner en juego sus conocimientos de temas como los impactos ambientales en las grandes ciudades, la gestión del agua, las energías renovables, el calentamiento global, etc. Por su parte, quienes se agrupaban en la asociación de familiares de pacientes de enfermedades raras tendrían que profundizar en el concepto de enfermedad, los tipos de enfermedades y su repercusión social, con una atención especial a las enfermedades hereditarias y a algunas enfermedades mentales. Finalmente, los miembros de la ONG de ayuda a cierta región de África tendrían ante sí una ingente tarea: decidir qué dispositivos de energías renovables utilizarían para abastecer una escuela y un centro de salud situados en el casi inaccesible macizo de Yadé (República Centroafricana); diseñar un sistema barato y práctico de potabilización de agua, así como un conjunto de medidas para abastecer de agua potable a varios núcleos rurales, con objeto de frenar la propagación de ciertas enfermedades infecciosas; poner a punto un programa de lucha contra la erosión del suelo y la consiguiente desertización, que en esta región del mundo constituye uno de los mayores factores ambientales y antrópicos generadores de pobreza.
En las tres asociaciones, mis estudiantes tuvieron que documentarse sobre los requisitos legales (ley de Asociaciones de Andalucía de 2006, entre otras) para constituir una asociación de utilidad pública. Tuvieron que redactar unos estatutos, hacer una asamblea y elegir una Junta Directiva, definiendo las funciones de cada uno de sus miembros. También tuvieron que definir los tipos de socios, las cuotas que pagarían, las relaciones que mantendrían con otros colectivos (federarse o no federarse con ellos) y con la Administración (solicitud de subvenciones para proyectos concretos, vigilancia crítica de ciertas políticas públicas). Naturalmente, tuvieron que elaborar un presupuesto, detallando fuentes de financiación realistas. Pero tal vez lo más importante es que tuvieron que discutir y aprobar un plan de acción para dos años, definiendo claramente sus objetivos prioritarios, los medios que emplearían para lograrlos (incluyendo la financiación) y los resultados tangibles que esperaban obtener.
¿Os parece exagerado? A ellos no se lo pareció. Lo hicieron francamente bien, teniendo en cuenta el escaso tiempo con el que contaron, así como la carga de trabajo que, a finales de este curso, les imponían las demás asignaturas. Espero que los resultados se puedan exponer de manera pública en un foro educativo próximamente, pero, en cualquier caso, estaré encantado de ampliar información sobre esta experiencia a quien me la solicite. Lo más importante, para mí, es que una treintena de jóvenes que antes de la actividad desconocían por completo el mundo del asociacionismo y jamás se habían planteado la posibilidad de trabajar colectivamente para mejorar el mundo, lo ven ahora como algo factible y –espero que al menos en algunos casos – deseable. Tal vez alguno de ellos se comprometa en un futuro con algún movimiento de intervención social, y quizá convenza a alguien más para que haga lo mismo. Si esto no es “espíritu emprendedor”, que venga Wert y lo vea.