Imaginemos que viajamos
hacia atrás en el tiempo, hasta un período de la historia de la Tierra que los
geólogos denominan Carbonífero, hace
entre 360 y 300 millones de años. En el Hemisferio Norte encontraríamos
extensísimos bosques húmedos asentados sobre suelos pantanosos. Una de las principales
especies arbóreas sería Lepidodendron,
el protagonista de esta historia.
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El análisis de los
abundantes restos fósiles de esta planta ha revelado que, a diferencia de sus
parientes actuales, tenía poco xilema y carecía por completo de floema, el
tejido que permite la distribución de las moléculas orgánicas elaboradas
fotosintéticamente en las hojas. Esto plantea el problema de explicar cómo
obtenían las partes inferiores de la planta el suministro de materia orgánica imprescindible
para sus necesidades vitales. La respuesta se ha encontrado en la disposición
de sus raíces cilíndricas. De cada una de ellas salían radialmente muchas y muy
largas raicillas, varias de las cuales emergían del fondo pantanoso hasta la
superficie. Allí, expuestas a la luz, sus células podrían hacer la fotosintesis.
De este modo, las partes inferiores de la planta no necesitaban recibir
moléculas orgánicas de las superiores.
Como puede verse, Lepidodendron había desarrollado
sofisticados dispositivos anatómicos que facilitaban su vida en áreas
pantanosas, haciéndole muy eficaz en la absorción de CO2
atmosférico. Durante millones de años, los extensos bosques de Lepidodendron dominaron el paisaje del
Hemisferio Norte, Sin embargo, hacia el final del Carbonífero Superior (unos 310
millones de años atrás) comenzó a reducirse su área de distribución hasta,
finalmente, desaparecer. ¿Por qué?
Según la hipótesis más
aceptada, la causa de su declive fue la superadaptación a los pantanos de sus
órganos subterráneos, la misma que le había garantizado el éxito ecológico
durante un larguísimo período de la historia de la Tierra. El sistema de raíces
y raicillas semisubterráneas hacía difícil que la planta pudiera arraigar en
suelos secos y compactos. Además, ese sistema, al quedar enterrado en el suelo,
imposibilitaría la nutrición de la parte inferior de la planta.
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En resumen, el planeta,
al irradiar calor a través del manto y la corteza, cambiaba su fisionomía
superficial y su clima, como tantas veces lo ha hecho a lo largo de su
historia. Estos cambios llevaban a la extinción a ciertos seres vivos, al
tiempo que abrían oportunidades evolutivas a otros. Desde este punto de vista,
la historia de Lepidodendron es un
ejemplo más de esta incesante dinámica planetaria que implica a la geosfera,
bisfera, atmósfera e hidrosfera, todas ellas en continua interacción.